Un joven valiente y comprometido, un luchador por la legalidad republicana, un antifascista, un esclavo del franquismo, un hombre libre, un trozo de nuestra historia. In memoriam.

martes, 22 de mayo de 2012

MICROBIOGRAFÍA DE JOSÉ BARAJAS GALIANO


José Barajas Galiano, nacido el día once de abril de 1916 en Huelma (Jaén). Esclavo del franquismo en los batallones disciplinarios de soldados trabajadores (BDST). Luchador en la defensa de la democracia y sargento del ejército Republicano.

Huérfano de madre, creció con los cuidados de su abuela materna que fallece cuando el cuenta con siete años. Su padre se casa con una señora que es la que lo acaba de criar. Crece sin hermanos y sin cariño de madre y su mayor aspiración es llegar a tener una gran familia, lo que él no tuvo.

Su familia era de clase media, económicamente bien situada. Contaban con ahorros que perdieron totalmente cuando instaurado el franquismo, se anuló la moneda republicana sumiendo en la miseria a mucha gente que disponía de un dinero fruto del trabajo de muchos años.

Afortunadamente su familia contaba con tierras que les ayudaron a salir adelante.

Estudia en la escuela privada del pueblo de Don Dionisio con el objetivo de hacer una carrera, pero su tío mayor, patriarca de la familia dispone que salga del colegio antes de hacer el bachiller porque considera que con la herencia que tiene no necesita estudios. José se lamenta de este hecho porque si su madre hubiese vivido, el habría estudiado, que era lo que ella quería.

Sus ideas políticas las hereda de su padre, hombre de izquierdas que en su juventud acompañaba a Pablo Iglesias a dar mítines por la provincia de Jaén.

Militante de las Juventudes Socialistas Unificadas de Huelma, estuvo preso por repartir pasquines del partido socialista en la lucha que se llevaba a cabo para conseguir la jornada laboral de ocho horas.

Se reunía junto con otros compañeros en “La casa del pueblo” donde hacían asambleas para pedir mejoras sociales y luego enviarlas al gobernador. Recuerda el nombre de algunos compañeros como Amable Donoso García, Virgilio Guzmán, (de la familia apodada “los Guzmanes”), Manuel Díaz Aguilar tío de su mujer, Anselmo Valle muerto en la guerra, etc.

Recuerda también la anécdota del simulacro de entierro que hizo toda la juventud del pueblo a Gil Robles, con un ataúd de verdad lleno de piedras al cual dieron sepultura con solemnidad.

Cuenta con diecisiete años cuando conoce a su actual esposa, Elena que tenía catorce, y comienza una bonita historia personal.

Se inicia el golpe de estado franquista e intenta entrar en lo que le llamaban “los niños de la noche”, pero finalmente se alista como voluntario para luchar en defensa del socialismo y del gobierno de la II República.

En un principio quería ingresar en las fuerzas aéreas pero al no disponer del bachiller, entra en transmisiones llegando al cargo de teniente, cargo que no llegó a reflejarse en documento debido al fin de la guerra, con lo cual consta como sargento.

Participa en batallas como la del pueblo de Seseña o la del Jarama entre otras. Explica como fueron víctimas de lo que años mas tarde se supo que eran armas químicas que Hitler le proporcionaba a Franco para experimentar con ellos.

Nos relata como fue la guerra y sus horrores, como se enfrentan al fascismo sin formación, con un ejército desarmado e inexperto, pero con una voluntad y unas ganas de luchar impresionantes. Se lamenta de las consecuencias de un golpe de estado que cambió un prometedor sistema de libertades, exento del control de la iglesia y con múltiples proyectos para el campo y el mundo obrero.

Cuenta que empezaron a organizarse gracias a la inestimable ayuda de los internacionales. Hasta entonces la situación era caótica. Todos querían luchar, pero desorganizados por completo, sin armas en condiciones ni disciplina a diferencia del ejército franquista que estaba integrado por mercenarios a sueldo venidos de Marruecos, ayudado Hitler y Mussolini con sus tropas y el moderno armamento del que disponían, una férrea disciplina y dispuestos a acatar cualquier orden que se les diese y con Portugal teóricamente neutral, pero entregando a los fascistas a todos los que interceptaban en sus fronteras intentando escapar, sospechosos de ser simpatizantes de la República.

Destaca el salvajismo con el que actuaban los mercenarios que tenían carta blanca de franco para violar, torturar y asesinar a la población.

Llegado el fin de la guerra, relata la profunda tristeza que siente en su puesto de transmisiones de la siguiente manera:

“Al acabar la guerra, al estar en transmisiones, escuché las conversaciones de los mandos. Era muy triste oírlos llorar y decir: ¿Qué va a ser de mí ahora? ¿Qué va a ser de mi familia? ¿A dónde voy ahora? ¡A mi pueblo no puedo volver y tengo a mis hijos y a mi familia! ¡Que va a ser de mis niños!, Esta gente no es buena y nos matarán. Así era, todos lamentándose. Lo malo era que yo, también pensaba lo mismo…

Yo tengo que decir con la mano en el corazón, que he llorado dos veces en mi vida. Una cuando murió mi padre, y otra cuando acabó la guerra. (José Barajas llora al recordarlo).

Cuando llegó la hora de cerrar para siempre la central de transmisiones dije: “Señores, corto y sálvese quién pueda, esto…se acabó”.

El personal salió por las trincheras y cada uno huyó por donde pudo, así de simple y así de triste, sin saber que sería de nosotros…”

Al finalizar la guerra regresa junto con otros compañeros, a su pueblo, y una sección de “niñatos de la falange” -palabras textuales de José- lo detiene, y lo tienen preso una semana en el hueco de una escalera.

Lo califican de “Desafecto”, y lo envían junto con otros siete al BDST ó batallón disciplinario de soldados trabajadores nº 6 de Igal” en Navarra. Esto por no explicar las torturas, encarcelamientos ilegales y condenas a muerte del resto de compañeros, sin ninguna acusación, ni juicio, ni pruebas, ni nada que justificase tales actuaciones.

Los BDST eran batallones de presos políticos que realizaban trabajos forzados. Estos esclavos, eran utilizados para construir las carreteras e infraestructuras a las que el gobierno fascista dio tanta publicidad, pero sin explicar en que condiciones se hacían.

La misión tanto de los BDST así como de los campos de concentración distribuidos por toda España, era principalmente sacar un provecho económico de los presos políticos, y sobre todo “reparar” los destrozos causados por los llamados “rojos”, pero la principal función era la de doblegar y aterrorizar tanto al prisionero como a sus familias y anular cualquier atisbo de pensamiento progresista.

En el caso de las mujeres fue doblemente dramático al añadirse la condición de ser mujer. Las madres, hermanas, hijas, esposas de republicanos, eran rapadas y sometidas a la “purga de ricino”, además del escarnio público y la tortura.

Aquellas que además resultaban encarceladas sin juicio ni cargos, solo por ser de izquierdas o familiares de republicanos o simpatizantes, se llevaron la peor parte. Hambre torturas violaciones, ejecuciones, adopciones irregulares de sus hijos, etc. Fernando Hernández Holgado hace un estupendo trabajo de investigación sobre el tema de las mujeres en su libro “mujeres encarceladas”, o la trilogía de Tomasa Cuevas “Cárcel de mujeres I y II y Mujeres de la resistencia y también la obra de Giuliana di Febo o la Pasionaria entre otros muchos trabajos memorialísticos.

En lo que atañe a los BDST, el libro “esclavos del Franquismo en el Pirineo” de Edurne Beaumont y Fernando Mendiola, nos proporciona una información de vital importancia sobre lo que eran estos Batallones y nos aporta los testimonios de algunos supervivientes.

Con este tipo de actuaciones, conseguían paralizar a la población, tanto a los presos como a sus familias.

“Nos mataban de hambre. Nos mataban de frío. Nos molían palos”.

“Nos pegaban mucho, por cualquier cosa. Nos daban unas patadas tremendas con aquellas botas, nos pegaban con palos, pero a muerte, un día un escolta que no era malo, nos dijo: tened cuidado con ese que, le ha pegado semejante patada en los testículos a uno de vosotros que lo ha matado”.

“El cura era una mala persona, solo se dedicaba a vigilar a la gente del pueblo que faltaba a la misa para multarles”.

“Hacía la misa y como no cabíamos, la oíamos fuera, y muchos caíamos desmayados del hambre y el muy desgraciado ni se asomaba a ver que era lo que pasaba, ni se preocupaba de nosotros, solo se preocupaba de que los del pueblo le alimentaran al cerdo, que era el único que comía bien.

“Estábamos en el Pirineo y hacía mucho frío. Los barracones no cerraban bien y el techo era de Uralita”.

“Las camas eran de dos pisos y el de arriba tocaba con el techo, y se helaba. A mí me tocó abajo y le daba toda la ropa que podía al de arriba porque sino se moría”.

“La puerta era muy pequeña, de medio metro más o menos. Cuando nos llamaban para formar, nos daban muy poco tiempo, y no podíamos salir todos a la vez. El cabo daba el alto cuando le parecía, y a los que no nos había dado tiempo de salir nos arrestaban en la nieve, unos descalzos y otros con trapos en los pies, porque ya se nos habían roto los zapatos que nos habían dado al entrar”.

“Los cabos y los sargentos hacían estraperlo con nuestra comida, y a nosotros no nos quedaba que comer.”

“El menú consistía en un caldo compuesto de agua con un ajo, en la que echaban unos cuantos garbanzos, como mucho siete. Los contábamos y si a alguno le tocaban más, los repartíamos. Así hasta el día siguiente.”

“Pasábamos por unos campos de remolachas para ir al trabajo, y el que podía coger una hojas, las repartía y las comíamos, si era la remolacha entera, mejor. Comíamos hierbas, las hojas de los espinos, lo que fuera, y el que no lo hacía se iba consumiendo poco a poco hasta morir.”

“Llegamos a distinguir cuales eran las hierbas comestibles de las que no lo eran y las que eran mas dulces y de buen sabor de las que eran amargas.”

“Si podíamos nos escapábamos a pedir pan a las casas, y a un compañero que lo pillaron, lo apalearon y le colgaron varios días una piedra de lo menos diez kilos a la espalda, cogida con alambres a los hombros. Hubo más casos como ese.”

“Para lavarnos, nos hacían romper el hielo en el río, y meternos en el agua. Muchos morían así”.

“Allí entraban chavales fuertes y robustos que al cabo de un año eran esqueletos, como en los campos nazis”.

“Había un amigo que le llamábamos el churrero que era grande y fuerte, y se fue consumiendo poco a poco, poco a poco hasta que se quedó sin vida. Sus hermanas sabiendo que se moría, vinieron a verlo y no les dejaron. Se marcharon llorando”.

De Igal, lo trasladan a Lesaka, donde las condiciones eran un poco mejores.

“Seguíamos con mucha hambre. Muchos morían y otros no resistían y se tiraban por el monte abajo. A mí un sargento ingeniero, me cogió para llevarle el material y me enseñó a trazar la carretera y las curvas, para no tener que venir él. Yo hacía su trabajo y así, el no venía.”

“En Lesaka, había un cura, que era un buen hombre. Medió para que pudiésemos salir los domingos al pueblo con la excusa de confesarnos allí. La mayoría no se confesaba, y él, callaba. Aquel hombre no quería a Franco.”

De Lesaka lo envían a Punta Paloma, a Tarifa, a hacer fortines y carreteras.

Tuvo amigos vascos que los habían mandado allí a “redimir penas”, que le contaron las torturas a las que habían sido sometidos.

Sobre todo recuerda con cariño a un tal Ramón Urraca, del que se hizo muy buen amigo:

“Urraca era tres años mayor que yo y era un jefe Republicano. Le faltaban todos los dientes y todas las muelas de las palizas que le habían dado. Lo torturaron mucho. Lo habían metido en un aljibe de agua que le llegaba hasta el labio inferior, de pié, así que si se cansaba y bajaba un poco se ahogaba. Pobre Urraca”

También estuvo en los batallones de Conil de la Frontera y en Facinas.

Franco desmantela los campos de concentración para dar una buena imagen ante los americanos, y envían a José al ejército, al segundo sector del campo de Gibraltar, dado que el teniente José Mª Picatoste Vega necesitaba a alguien que supiera de transmisiones para atender el teléfono.

“Este hombre se portó bien con nosotros. Comíamos con él y nos respetaba.”

“Me dio un permiso para conocer a mi hija, que nació durante mi estancia en los campos, y a la que conocí con dos años y medio.”

Cuando lo licencian, llega a su casa, y a su padre lo habían metido en la cárcel tres años por ideas “dudosas”.Lo soltaron porque a consecuencia de lo que le hicieron, quedó mal de la cabeza. Había que darle de comer como a un bebé.

Para poder mantener a su familia cambió unas tierras por una tienda, que tuvo que cerrar porque la gente le compraba fiado, y había tanta hambre que no le podían pagar.

“Pepe, dame un kilo de garbanzos que sino esta noche mis hijos no comen…Así me venía la gente con sus hijos muertecitos de hambre, y yo no podía negarme, no podía dormir pensando en esas criaturas que no tenían que llevarse a la boca”.

“Una noche llega la Damiana a pedirme tres albarcas para sus tres hijos pequeños. Yo le dije que no se las podía dar, que tenía ya todo embargado, y se fue .Yo me asomé y vi aquellas tres criaturas descalcitas en la nieve con los pies envueltos en trapos. La llamé y le di las albarcas.”

Así, al final cerró la tienda, y se dedicó a llevar aceite a Madrid, y con lo que le pagaban compraba en Jaén y lo cambiaba en Almería por fruta u otros artículos de primera necesidad.

Cuenta como incluso se puso el traje de militar de un amigo para poder transportar el aceite en el tren hacia Madrid en maletas, para no levantar sospechas. De esta manera conseguía comida y medicinas para sus hijos.

Arriesgó mucho, para que sus hijos no pasaran hambre.

José, se casó cuando ya tenía cuatro de los ocho hijos que tuvo. Lo hizo por imposición legal. Ellos querían vivir su amor libremente, sin necesidad de papeles.

Con su compañera Elena tuvo la gran familia que tanto había deseado.

Tuvieron una bonita historia de amor, que dura hasta el día de hoy. El tiene noventa y un años y ella ochenta y siete, Todavía conserva la foto de ella que llevó en el bolsillo durante toda la guerra y el tiempo que estuvo preso.

Han callado, tanto él como su mujer, Elena, durante toda su vida. Cuando José regresó de los batallones, había tanto miedo en sus vidas que decidieron echar tierra sobre el asunto y callar, olvidar y que sus hijos no supieran nada de lo que habían sufrido, puesto que Elena vivió el terror también en su familia.

A sus tíos los condenaron a muerte, a uno por ser el alcalde, a otro, por ser carabinero y al tercero por ser guardia de asalto.

Consiguieron que les conmutasen la pena de muerte por cárcel, y al que era el alcalde, lo metieron veinte años en la cárcel y cinco de destierro. No le dejaron siquiera ir al entierro de una de sus hijas. Su mujer acabó trastornada.

El padre de Elena murió de puro pánico, de ver lo que les hicieron a sus hermanos, y dejó a la madre de Elena viuda con siete hijos, uno de ellos discapacitado.

A una prima de Elena la torturaron terriblemente para que confesase dónde se escondía su compañero. No consiguieron que ella dijese nada, pero al final o encontraron y lo metieron en la cárcel. Este pobre salió trastornado por las vejaciones a las que fue sometido, más aún al saber lo que le hicieron a su mujer por protegerlo. No lo pudo superar y acabó colgándose dejando a su mujer viuda y con tres hijos.

Estas son algunas historias entre muchas otras, en Jaén o en cualquier otra parte de España, daba igual el sitio.

Hoy a sus noventa y un años ha perdido el miedo y quiere hablar. Quiere que se sepa todo lo que pasó.

“Hemos pasado mucho ¡mucho! Franco mandó a la peor gente que tenía a los batallones para matarnos, no querían otra cosa que matarnos”.

Sus vivencias sirven de testimonio para quién dude de si en el franquismo hubo campos de concentración y batallones de esclavos. Otros muchos no lo pueden contar.

Autores: David Lora y Mª Carmen López


Fuente: Memòria antifranquista del Baix Llobregat (http://www.memoria-antifranquista.com)

domingo, 20 de mayo de 2012

ENTREVISTA DE EL PAÍS A JOSÉ



"No guardo rencor, pero que se sepa qué pasó"

Un superviviente de los campos de concentración franquistas reclama que se conozcan la esclavitud y las torturas


RAÚL LIMÓN Sevilla 25 SEP 2011


"Éramos esclavos", así se refiere José Barajas (Huelma, Jaén, 1916) a los batallones de trabajadores del franquismo, donde penó durante tres años al acabar la Guerra Civil con miles de represaliados y exsoldados de la República. Con 95 años, recuerda en conversación telefónica desde Barcelona, donde ahora vive, el hambre y la muerte de compañeros por inanición, por suicidios y por enfermedades después de sufrir tratos vejatorios. Con el paso del tiempo, asegura que no guarda rencor -"solo a veces", admite-, pero pide que no se olvide esta historia. "Que la juventud sepa qué pasó".
Barajas se alistó como voluntario al comienzo de la Guerra Civil para defender la República y se convirtió en uno de los miles de esclavos del franquismo que realizaron trabajos forzados.
              Barajas se alistó de 
           voluntario y pasó 
una década 
                 "viendo morir gente"



Tras la contienda y al comenzar la II Guerra Mundial, Barajas fue enviado como esclavo a Punta Paloma, en Tarifa (Cádiz), donde construyó los fortines para las ametralladoras y los cañones, entre ellos el considerado más grande del Ejército, traído desde Mahón (Menorca). Según contaron sus compañeros de destino, fue arrastrado por los presos por zonas donde no había ni carreteras. Recuerda suicidios de compañeros, hambre, "y que nadie se preocupaba".Era hijo de socialista y desde muy joven asistía a los mítines del partido en burro. Tenía 20 años cuando estalló la guerra y se alistó en los batallones de voluntarios. Desde ese momento, pasó una década "viendo morir gente".
En Facinas (Cádiz) construyó una carretera y un campamento militar. Las bellotas del campo y la comida que traían mujeres de la zona aliviaron el hambre de los batallones. "Comíamos hierbas, naranjas con piel y los arenques con la cabeza, la espina y todo lo que llevase; todo lo comíamos", recuerda.
También construyó una carretera en Conil de la Frontera (Cádiz), donde un alférez sintió lástima de la situación y aumentó las raciones de comida. Los pescadores les daban cubos de sardinas a cambio de que les ayudaran con las redes.
Compartió el campo con tres jefes republicanos vascos llegados del Patronato de Redención de Penas por el Trabajo, una institución creada en el Ministerio de Justicia para distribuir a los esclavos.
De Bolonia recuerda la enorme decepción al descubrir que Estados Unidos obviaba la situación de los presos y negociaba con el Gobierno español la instalación de bases militares. "Estábamos tan ilusionados que planeamos que, cuando viniesen a liberarnos, les quitaríamos los fusiles a los escoltas, los encerraríamos y saldríamos en busca de los que viniesen a salvar al Gobierno de la República y luchar junto a ellos. Pero ya ves, fue todo lo contrario", afirma.
Barajas pasó por campos de concentración de Navarra y por tres de los 54 que hubo en Andalucía; lugares que, junto a depósitos de presos y zonas de fosas comunes, el grupo Recuperando la Memoria de la Historia Social de Andalucía (RMHSA) de la Confederación General del Trabajo (CGT) ha pedido que sean declarados, protegidos y señalizados, según la legislación andaluza.
La ausencia hasta ahora de una figura de protección ha supuesto la desaparición de algunas instalaciones, como el caso de las de La Algaba (Sevilla), uno de los centros más duros donde se concentraron los esclavos que construyeron el Canal del Viar y donde muchos fallecieron, como en otros campos, por el hambre y el maltrato.
Muchas de las infraestructuras que construyeron los presos, como las pistas del aeropuerto de Málaga o el Canal del Bajo Guadalquivir, aún están operativas o constituyeron la base de fortunas particulares sin que exista ni un solo elemento que recuerde cómo y por quiénes fueron levantadas.
El testimonio de Barajas apoya las pretensiones del grupo memorialista de la CGT. Su experiencia vital ha sido recogida y difundida por la asociación Memoriaren Bideak, Collectiu Republicà del Baix Llobregat y Memoria Antifranquista del Baix Llobregat.

sábado, 19 de mayo de 2012

ENTREVISTA DE EL PERIÓDICO DE CATALUNYA A JOSÉ


Gente corriente
Sobreviviente. Perdió la guerra y sufrió casi tres años de trabajos forzados en batallones disciplinarios.

José Barajas: «Éramos esclavos y nada más»


Lunes, 24 de octubre del 2011ImprimirEnviar esta noticiaAumentar/ Reducir texto
Votos:
+85votar a favor
-0votar en contra
Olga MerinoPeriodista y escritora
Miles de presos y «desafectos» al régimen fueron obligados a trabajar en la reconstrucción de infraestructuras que habían quedado destrozadas durante la guerra; también levantaron el Valle de los Caídos. José Barajas (Huelma, Jaén, 1916) penó en batallones disciplinarios. Emigró a Catalunya en los años 50.
zoom«Éramos esclavos y nada más»_MEDIA_1
JONATHAN GREVSEN

Edición Impresa

Edición Impresa

Versión en .PDF

Información publicada en lapágina 80 de la sección deContraportada de la edición impresa del día 24 de octubre de 2011VER ARCHIVO (.PDF)
-Antes de la guerra, militaba en las Juventudes Socialistas y me iba a los mítines en burro. Con 15 años me metieron preso una semana porque me pillaron repartiendo pasquines para la huelga. Queríamos las ocho horas.
-Estalla la guerra, 1936.
-Tenía 20 años y me alisté voluntario para defender a la República, que era el Gobierno legal. Los otros fueron los que dieron el golpe de Estado. Me mandaron al frente, a Toledo.
-Y perdieron.
-Regresé al pueblo, pero pronto los de Falange pillaron a los de mi quinta. Me pusieron un gorro con la puñetera D de desafecto y me mandaron al Batallón Disciplinario de Soldados Trabajadores número 6. Éramos esclavos y nada más. Vaya nombre tan falso le pusieron a lo que fueron campos de trabajos forzados destinados a matarnos.
-De agotamiento y hambre.
-Un tazón de sopa aguada con siete garbanzos como mucho. Eso comíamos hasta el día siguiente. El alférez y el cabo se vendían en el pueblo la comida del batallón. Cuando íbamos a trabajar, en fila, cogíamos hierbas y hojas de remolacha… A un compañero lo castigaron.
-¿Por qué?
-Se escapó a comprar una hogaza de pan. Le dieron una paliza y al día siguiente le colgaron una piedra de diez kilos a la espalda, atada con alambres. Se la hundieron en la carne.
-Estaban en el norte, ¿verdad?
-En Navarra. Construimos el tramo de carretera que unía Igal con el valle del Roncal; querían hacer una carretera que atravesara los Pirineos, desde Girona hasta Irún. Luego nos mandaron a Lesaka.
Durante la charla, los nietos de José, David Lora y su compañera, Mari Carmen López, le ayudan a rebuscar en una memoria que ya tiene 95 años. «Yayo, háblele del frío que pasaban».
-Caían unas heladas terribles. Dormíamos en barracones que no cerraban bien. El de la litera de arriba daba con el techo, que era de uralita, y se moría de frío. A mí me tocó dormir abajo, y la ropa que podía se la echaba al compañero de arriba.
(Los nietos son miembros de la Associació per a la Memòria Històrica i Democràtica del Baix Llobregat. «Yayo, cuéntele lo de aquel compañero que se suicidó»).
-Eso pasó en Cádiz, en Punta Paloma, adonde nos mandaron después a hacer fortines para las ametralladoras y cañones… Era un chaval de Bilbao que en un descuido se metió en la chabola de los escoltas, cogió un fusil y se pegó un tiro. No pudo aguantar más.
-Cuando regresó al pueblo, ¿lo miraban mal por rojo?
-No, no se metieron conmigo. Pero fueron tiempos muy difíciles.
-Me lo figuro.
-Me quedaba un trozo de tierra y lo vendí para pagar el traspaso de una tienda de ultramarinos. Mal negocio en la posguerra.
-Ya.
-Tuve que cerrar porque había mucha hambre y todo el mundo compraba de fiado. «Pepe, si no me das un puñado de arroz, hoy no comen mis hijos». Y yo se lo daba porque no habría podido dormir.
-José, ¿guarda rencor?
-Hombre, cuando pienso en todas las perrerías que me hicieron, me entra una cosilla… El hambre y las palizas no se olvidan.
-¿Le parece bien reivindicar la memoria histórica?
-Yo no quiero olvidar. Me parece bien que la juventud sepa lo que hubo. ¡Lo que luchamos nosotros para que hubiera una democracia! Ahora un Gobierno dura cuatro años y, si no gusta, fuera, que venga otro.
-Hay quien dice que son ganas de remover el pasado.
-Mi mujer, Elena, se discutió con un hombre porque le dijo que lo que queríamos era que se liase otra vez una guerra. ¡Mentira! Solo quiero que se sepa lo que hicieron. Se tuvo que callar durante mucho tiempo.
-¿Y el Valle de los Caídos?
-Que dejen a Franco donde está. Debajo de la losa.

viernes, 18 de mayo de 2012

FRANCISCO Y JOSÉ BARAJAS: PADRE E HIJO SUPIERON DE LA REPRESIÓN FASCISTA.




Me llamo FRANCISCO BARAJAS, soy de Huelma, Jaén. Socialista desde mi juventud, de la que recuerdo como acompañaba a Pablo Iglesias en los mítines que daba en nuestra provincia. Eduqué a mi hijo en mis ideas y fue un firme defensor de las mismas. Tenía mis olivos y mi república y soñaba un futuro para mi hijo, pero los golpistas hicieron de mi José un esclavo de Franco y de mi uno más de los cientos de miles que sufrieron sus cárceles. Cuánta hambre, cuánto frío, cuánta miseria, enfermedad y muerte. Allí dicen que perdí el juicio y que sólo reía en mi desesperación. Al salir en libertad no pude reencontrarme con el hombre que fuí, honesto, bueno y cabal, ni tan siquiera podía comer sólo, me convirtieron en un niño viejo y derrotado. Todo el cariño derrochado de mi familia a espuertas, de mi hijo con lo que tuvo que sufrir, de mis nietos que me regalaban sus caramelos, todo eso no pudo rescatarme de ese pozo donde me hundió el fascismo. Y aquí me encuentro todavía perdido, sin respuestas, sin justicia, sin reparación ¿hasta cuándo?



Me llamo JOSÉ BARAJAS GALIANO y soy natural de Huelma en la provincia de Jaén. Nací el 11 de abril de 1916, mes republicano, como yo. Heredé de mi padre sus ideas socialistas y llegado el momento de defender nuestra República no lo dudé un segundo, no nos podían quitar lo que el puelbo había decidio en las urnas. Luché contra el fascismo pero este nos ganó la partida y acabé formando parte de un Batallón de Trabajadores o lo que es lo mismo, siendo un esclavo del franquismo. Vi enfermar y morir de hambre y frío a compañeros que no pudieron resistir más aquel tormento. Ellos no han recibido justicia, los supervivientes tampoco, no nos devolvieron aquello por lo que luchamos y no hemos tenido el reconocimiento de nuestro sufrimiento ¿hasta cuándo?